SU VIDA RELIGIOSA
La vocación sacerdotal que según
algunos de sus biógrafos había alimentado desde joven junto a su vocación por
la medicina, se había desarrollado de una manera serena, manteniéndose siempre
como a la sombra de su fervor profesional. No era José Gregorio hombre a quién
se oyera con frecuencia hacer comentarios religiosos, al extremo de que uno de
sus amigos cercanos, Pedro César Dominici, se sorprendió mucho cuando en una ocasión,
conversando acerca del clero, éste le reveló que pertenecía a una orden exclaustrada.
No obstante esa discreción con respecto a su
vocación y su fe, su deseo de entregarse totalmente a Dios fue siempre en
aumento. En 1907, después de haberse traído a todos sus familiares a Caracas, y
de haber encaminado hermanos y sobrinos en dicha capital, José Gregorio sintió
que ya sus deberes familiares estaban cumplidos. Y como ya se encontraba
jubilado de su puesto de catedrático universitario, y además había hecho
valiosos aportes a la medicina venezolana y mundial con sus trabajos científicos,
consideró que también sus deberes para con su país y con la ciencia habían sido
cumplidos, por lo que le era posible entonces llevar a vías de hecho su tan
aplazada vocación religiosa.
El padre Juan Bautista Castro, su director
espiritual durante años, quien era a la sazón Arzobispo[o de Caracas y Primado
de Venezuela, después de mucho discutir con José Gregorio todo lo útil que aún
podía ser a su país y al mundo, aprobó finalmente la vocación de José Gregorio.
Monseñor Castro envió una carta de recomendación con fecha 6 de octubre de 1907
en la que solicitaba al Prior de la orden de San Bruno en La Cartuja de Farneta
cercana al pueblito de Lucca, Italia, el ingreso de José Gregorio en dicho
claustro. José Gregorio por su parte envió también una carta al Prior.
El 16 de julio de 1908 llegó José Gregorio
finalmente a la Cartuja de Farneta. Los preliminares de su ingreso consistieron
en un nuevo examen de su vocación que habría de durar varios días. En estos
días se instruía al aspirante a novicio sobre los pormenores de su vida futura
y de todos los detalles de la orden en la que iba a ingresar, al mismo tiempo
que se comprobaba si su vocación era puramente religiosa o si suplente se
trataba de reacción pasajera ante circunstancias adversas de la vida de este
mundo.
Una vez probada su vocación, Fray Atiene le
lavó los pies, ceremonia previa a ser recibido en la celda por el Prior de la
orden. Este lavatorio de pies simboliza que el novicio debe dejar tras de sí al
entrar en clausura 'el polvo del siglo' y consagrar su vida a la oración y la
devoción.
El período de postulado habría de durar un mes.
Durante ese mes el futuro novicio vistió un manto negro sobre sus ropas civiles
al acompañar a los cartujos en todas sus actividades monacales. En esos días el
maestro de novicios, Fray Etienne, se encargaba de instruirlo en las labores
que una vez aceptado en al orden, habría de ser su quehacer diario.
Al cabo de este mes de postulado, probada una
vez más la voluntad y la vocación de José Gregorio, el Prior lo propuso ante
los frailes de la comunidad para la toma del hábito.
En la sala del capítulo de la cartuja, José
Gregorio arrodillado a los pies del Prior, y con las manos de este entre las suyas,
respondió a las preguntas que éste le formulaba en latín.
Una vez concluido el interrogatorio los frailes
debían votar con respecto a la aceptación de José Gregorio como cartujo,
mientras el futuro novicio se retiraba a la capilla en espera del resultado. La
votación se haría privada y en secreto. Cada fraile debía colocar un grano
negro o uno blanco en una urna según fuera su opinión con respecto al ingreso
del nuevo novicio en la orden.
Al contarse los granos se comprobó una mayoría
de granos blancos, y José Gregorio fue conducido nuevamente a la sala del
capítulo, donde hubo de escuchar una nueva alocución del Padre Prior. José
Gregorio, de rodillas repitió su solicitud de ingreso en la orden, a lo que el
Padre Prior respondió:
"En el nombre de Dios y de la Orden, en mi
nombre y el de mis Hermanos, yo os admito entre nosotros; y os prevengo de que
hasta vuestra profesión vos sois libre de retiraros, pero nosotros también, de
nuestra parte, podemos despediros si vuestra conducta nos desagrada"
Inmediatamente después le dio el "beso de
paz", y seguidamente José Gregorio fue a arrodillarse ante los pies de
cada uno de sus nuevos hermanos en la orden, quienes a su vez, solemnemente
conmovidos, también lo besaron y lo abrasaron.
A partir de ese momento ya José Gregorio nunca
más podría vestir las ropas seglares, sino que bajo el manto negro, habría de
llevar ahora el cilicio de piel de cabra que impone la orden y la túnica blanca
de los novicios. Además su cabello fue cortado al roer y le afeitaron el bigote
que había conservado hasta el momento. Su nombre paso a ser entonces el de
"Hermano Marcelo", y se le adjudicó una celda en el convento que
ostentaba en la puerta en una tablilla la letra U y una sentencia en latín
tomada de la Biblia
"Vir obediens loquetur victoriam"
Era el 29 de agosto de 1908. Con el nombre de
Fray Marcelo nacía José Gregorio a una nueva vida de duras privaciones, pues
las reglas de la orden obligan al novicio a familiarizarse desde el principio
con todos los rigores de la vida cartujana.
Los días en la cartuja se dividían en 7 horas
de sueño, 15 de estudio y ejercicios espirituales, y 2 horas de trabajo físico.
Las celdas cartujanas están compuestas de dos compartimientos, uno destinado a
dormitorio y el otro destinado al estudio; cuentan también con un pequeño
patio, donde a solas realizan los trabajos que consisten fundamentalmente en
cortar leña con hacha. De éstos aposentos no pueden salir los monjes sino
cuando el Prior o el Maestro de Novicios se lo piden. La comunicación está
prohibida en todo momento pues hasta en los oficios religiosos deben permanecer
con la vista baja. Si precisan de algo, tienen que escribirlo en un papel y
colocarlo en el torno de la celda en el cual se les colocan los escasos
alimentos.
Como se ve es un régimen de total aislamiento
no solo del contacto humano sino de todos los posibles placeres del cuerpo como
pueden ser el comer y el beber. Las mortificaciones son constantes pues el
cilicio molesta en su contacto directo con a piel, y cuando hace frío, aunque
las ropas son de lana, resulta muy incómodo, pues no les es permitido encender
fuego para calentarse, ni siquiera cuando la temperatura llega hasta varios
grados bajo cero en la escala centígrada.
Todo parecía indicar que Fray Marcelo tomaría
finalmente el hábito y seguiría sin tropiezos el camino que se había trazado;
sin embargo, el señor tenía departido un destino diferente al fervoroso
cartujo, pues la salud de José Gregorio se vio quebrantada ante las duras
reglas de la orden. El padre superior D. Rene, considero prudente el que Fray
Marcelo volviera a ser el Dr., José Gregorio Hernández y que regresara por unos
años a Venezuela hasta que su salud se viera toralmente restablecida.
Por esa razón, y contra su voluntad, José
Gregorio se vio precisado a dejar los hábitos y a abandonar la Cartuja de
Farneta nueve meses después de haber ingresado en ella.
SU PUEBLO NATAL
Los años de infancia de José Gregorio
transcurrieron sin grandes sobresaltos en su pueblito de Isnotú, que en aquella
época también era conocido como parroquia Libertad. Isnotú o Libertad era
entonces apenas un pequeño caserío de humildes hogares agrupados en torno a dos
calles. La vía principal era de 1.700 metros de largo y ocho de ancho, y la
otra de 600 metros con siete y medio de ancho.
El pueblo de Isnotú, se eleva a 850 metros sobre el
nivel del lago de Maracaibo. Limita al Norte con la quebrada de Lamedero. Al
Sur con el cerro de Ponemesa. Al Este con la quebrada de Canambú. Y al Oeste
con la de Vichú. José Gregorio Hernández Cisneros, nacido un 26 de Octubre de
1864, en el municipio de Isnotú, Distrito Betijoque del Estado de Trujillo,
Venezuela, situado a 500 Km de Caracas. Fue bautizado en la Iglesia del dulce
nombre de Jesús de Escuque, el día 30 de Enero de 1865. El 6 de diciembre del
mismo año confirmado por el ilustrísimo señor Juan Bonet, Obispo de Mérida.
En la actualidad, la fisonomía de Isnotú difiere
mucho de la de los tiempos de José Gregorio, pues no sólo el progreso ha
llegado hasta ésta antiguamente apartada región andina, sino que junto a la
producción de caña, café, plátano, maíz, frijoles, maderas laborables y de
otras propiedades, se ha venido a sumar, como elemento influyente en la
economía de la región, el incesante peregrinar de los devotos de José Gregorio,
que vienen a depositar sus exvotos en las dos únicas paredes que quedan en la
casa que lo vio nacer.
En 1864 Isnotú era un pueblo de gentes humildes
dedicadas a la agricultura o al corte de madera. La familia de José Gregorio
tenía una posición un poco más elevada en el pueblo, pues el padre, don
Benigno, poseía un comercio, de esos característicos en las zonas rurales en
aquellos años. En este comercio se vendía de todo lo que podrían necesitar las
familias del pueblo, desde sal y pimienta hasta jabones, telas, perfumes y
artículos de género.
SUS PADRES
Su padre, don Benigno María
Hernández Manzaneda era de ascendencia colombiana, y su madre, doña Josefa
Antonia Cisneros Mansilla, era de procedencia española.
Por línea materna había cierto parentesco con el
famoso cardenal Francisco Jiménez de Cisneros quien fuera confesor de la reina
Isabel la católica, fundador de la universidad de Alcalá y un gran propugnador
de la cultura en su época.
Por línea paterna, a través del linaje de un tío
bisabuelo, José Gregorio se emparentaba con Francisco Luis Febres Cordero
Muñoz, eminente educador y escritor, miembro de la Academia Ecuatoriana de la
Lengua, y correspondiente de la Real Academia de la Lengua Española, quien
utiliza como seudónimo literario G.M. Bruño, con el que escribió un célebre
libro de cálculo que habría
de resultar muy útil a toda una generación de estudiantes.
SU VIDA PROFESIONAL
A su llegada a Caracas, procedente de Europa, José
Gregorio se dedicó a la instalación del laboratorio de fisiología experimental
que se le había encargado comprar en París. A las pocas semanas, a principios
de noviembre de 1891, el Presidente de la Republica dictó un decreto mediante
el cual se establecía en la Universidad Central de Venezuela los estudios de
histología normal y patológica, fisiología experimental y bacteriología. Al día
siguiente el ministro de instrucción pública dictó una resolución en la que se
nombraba a José Gregorio catedrático de esas materias. En realidad estas
cátedras habían sido creadas especialmente para él, pues era a la sazón el
único verdaderamente capacitado para desempeñarla. Este acontecimiento
convirtió a José Gregorio en un verdadero precursor de esas disciplinas
científicas en Venezuela. Dando un ejemplo de abnegación poco común, José
Gregorio se presentó a desempeñar su labor a la mañana siguiente del
nombramiento, prestando juramento como profesor ante el rector de la
universidad el 16 de noviembre de 1891. El reconocimiento oficial a la ciencia
del doctor Hernández, sumado a los modernos conocimientos y a la valiosa
experiencia que había adquirido en Europa, le garantizaron una favorable
acogida en los medios profesionales y aristocráticos de Caracas. Pero, amén de
esas cualidades indiscutibles, en opinión de muchos, fue su carácter afable y
comprensivo lo que le granjeó de inmediato una gran clientela en todas las
esferas sociales de la capital.
En opinión del Dr. Santos Aníbal Dominici,
"impuso su valimiento científico a las pocas semanas de su actuación
médica". Convencidos de su pericia y de su eficacia profesional, muchos
galenos caraqueños no vacilaron en consultarle, incluso al pie del lecho de sus
propios enfermos. Al cabo de cierto tiempo, algunos doctores más viejos
comenzaron a transferirle sus pacientes, llegando a contar el Dr. Hernández con
una de las más extensas clientelas de la Caracas de aquellos tiempos. Los
métodos modernos que empleaba a la hora de emitir sus diagnósticos, y lo
acertado de éstos, le dieron a su opinión profesional una validez indiscutible.
SU MUERTE
El 29 de Junio, como todos los
días, José Gregorio se levantó a las cinco, tomó su primer baño del día, rezó
el Ángelus, y después se dirigió a la iglesia de la Divina Pastora a escuchar
la misa y a comulgar. Como era domingo, no tenía que ir a la universidad, por
lo que se fue a visitar algunos de sus enfermos en esa parroquia. Regreso luego
a su casa (en el número 3 de San Andrés ha Desbarrancado), donde su hermana
Isolina le sirvió el desayuno: pan, mantequilla, queso y agua de panela.
Después de organizar su consultorio, salió a visitar las casas de sus
pacientes, cosa que acostumbraba hacer en las mañanas que no tenía clases,
entre las ocho y las once y cuarenta y cinco. Para este recorrido José Gregorio
iba generalmente a pie.
Poco antes del mediodía llego a su casa, donde
tomó su segundo baño del día como era costumbre. A las doce del día rezó el Ángelus
y se sentó a almorzar. Este último almuerzo consistió en sopa, legumbres, arroz
y carne acompañados de un refresco de guanábana que le enviara su cuñada,
Dolores de Jesús Briceño Gonzales, la esposa de César Benigno.
Para reposar el almuerzo se sentó en la mecedora
que tenía para atender a los pobres que venían a verlo durante dos horas todos
los días. Estaba esta mecedora junto a una imagen de San José.
Pasada la una y media de la tarde llego alguien
a avisarle de que una señora anciana se encontraba muy grave, José Gregorio
tomó su sombrero y partió enseguida a visitarla. Esta anciana vivía entre
Amadores y carbones.
Cuando salió de consultar a la anciana enferma,
José Gregorio, considerando que esta era muy pobre decidió el mismo irle a
comprar las medicinas que le había recetado y para ello se llegó hasta la
farmacia que se encontraba en la esquina de Amadores.
En la esquina de Amadores y Urapal se encontraba
estacionado un tranvía y en el momento en que salía José Gregorio de la
farmacia con las medicinas otro tranvía subía desde Guanábanos hacia Amadores.
José Gregorio fue a cruzar la calle por delante del tranvía que se encontraba
detenido, sin percatarse de que un automóvil se aceraba en esa dirección,
sorprendido por la aparición inesperada del transeúnte el chofer no pudo
detener a tiempo el vehículo que conducía a 30 Km por hora y José Gregorio
recibió el fuerte impacto que lo lanzó por el aire contra un poste telefónico; golpeándose
en su caída con el filo de la acera. Este golpe de acuerdo con el informe
forense es lo que ocasiona la muerte del ilustre médico y siervo de Dios pocos
minutos más tarde, pues le fracturó la base del cráneo y le provocó una
hemorragia interna.
La señorita Ángela Páez se encontraba en ese
momento asomada al a ventana de su casa el número 29 entre Guanabano y Amadores
y pudo ver el accidente. De acuerdo a su testimonio cuando José Gregorio vio
que se le abalanzaba el automóvil, exclamo: "Virgen Santísima".
Por extraña coincidencia el que conducía el automóvil
Fernando Bustamante Morales, iba a ser compadre de José Gregorio y este había
curado en una ocasión a su madre y salvado de la peste a una de sus hermanas.
En el mismo auto que lo atropellara llevaron a
José Gregorio a toda carrera hasta el Hospital Vargas. Cuando llegaba el coche
con la victima ya en estado de coma salía en ese momento del hospital el
Presbítero Tomás García Pompa, Capellán de esa institución quién al enterarse
del caso regresó justo a tiempo para imponer los Santos Oleos al moribundo.
También en el mismo auto del accidente fueron a
buscar al doctor Luis Razzetti, quien habría de firmar el acta de
defunción:" además de la fractura de la base del cráneo certificada, tenía
una ligera herida en la sien derecha, y un morado en la misma sien, señales del
golpe contra el poste de hierro; por la nariz y la boca le brotaba sangre; más
arriba de las rodillas tenía una franja morada en ambas piernas"
Las hermanas de San José de Tarbes fueron las
encargadas de la piadosa labor de amortajar a José Gregorio. Una vez examinado
y amortajado el cuerpo fue trasladado a la casa de sus hermanos José Benigno,
Avelina y Hercilia Hernández, en el número 57 en la avenida Norte, entre Tienda
Honda y Puente de la Trinidad. La elección de esta casa para exponer el cuerpo
se hizo tomando en cuenta el que era más grande que la de José Gregorio y como
se esperaba una gran afluencia de dolientes en esta casa sería más fácil
acomodarlos.
Sin embargo la reacción popular fue muy superior
a lo que se esperaba. La noticia de su muerte fue trasmitida por toda Caracas
en cuestión de minutos y el número de personas que se presentó a ofrecer sus
últimos respetos al doctor Hernández fue tan grande que las autoridades
tuvieron que intervenir para organizar el desfile incesante de dolientes.
Durante toda la noche estuvieron desfilando
pacientes y amistades por la capilla improvisada en la casa de la avenida Norte
para ver por última vez al médico y al amigo que tanto bien les había hecho en
éste mundo. A las siete de la mañana del día siguiente, realizó el oficio de
difuntos de cuerpo presente el entonces Arzobispo de Caracas Primado de
Venezuela Monseñor Felipe Rincón Gonzales. A la luctuosa ceremonia concurrieron
sus familiares y un gran número de representantes de organizaciones religiosas.
A las 10 de la mañana del 30 de Junio se inició
el traslado del féretro hacia el Paraninfo Universitario. Este habría de
hacerse en los hombros de los estudiantes y de sus discípulos. Dos largas
hileras de colegas y estudiantes precedían el cortejo fúnebre. Cada uno de
estos portaba una corona floral.
Una vez depositada la fúnebre carga se
estableció una guardia de honor en torno al ataúd integrada por cuatro alumnos
los cuales eran reemplazados cada media hora. Las ofrendas florales que según
algunos sumaban más de mil coronas, fueron colocadas en el salón central del
Paraninfo y en otros salones.
Si grandioso había sido el desfile hacia el
Paraninfo Universitario, indescriptible resultaría el desbordante cortejo hacia
la Catedral. Toda Caracas se desbordaba en un verdadero mar humano para ver
pasar por última vez al que tantas veces recorriera sus calles para llevar
salud, consuelo y ayuda.
SU VIDA PROFESIONAL
A su llegada a Caracas, procedente de Europa, José
Gregorio se dedicó a la instalación del laboratorio de fisiología experimental
que se le había encargado comprar en París. A las pocas semanas, a principios
de noviembre de 1891, el Presidente de la Republica dictó un decreto mediante
el cual se establecía en la Universidad Central de Venezuela los estudios de
histología normal y patológica, fisiología experimental y bacteriología. Al día
siguiente el ministro de instrucción pública dictó una resolución en la que se
nombraba a José Gregorio catedrático de esas materias. En realidad estas
cátedras habían sido creadas especialmente para él, pues era a la sazón el
único verdaderamente capacitado para desempeñarla. Este acontecimiento
convirtió a José Gregorio en un verdadero precursor de esas disciplinas
científicas en Venezuela. Dando un ejemplo de abnegación poco común, José
Gregorio se presentó a desempeñar su labor a la mañana siguiente del
nombramiento, prestando juramento como profesor ante el rector de la
universidad el 16 de noviembre de 1891. El reconocimiento oficial a la ciencia
del doctor Hernández, sumado a los modernos conocimientos y a la valiosa
experiencia que había adquirido en Europa, le garantizaron una favorable
acogida en los medios profesionales y aristocráticos de Caracas. Pero, amén de
esas cualidades indiscutibles, en opinión de muchos, fue su carácter afable y
comprensivo lo que le granjeó de inmediato una gran clientela en todas las
esferas sociales de la capital.
En opinión del Dr. Santos Aníbal Dominici, "impuso su valimiento científico a las pocas semanas de su actuación médica". Convencidos de su pericia y de su eficacia profesional, muchos galenos caraqueños no vacilaron en consultarle, incluso al pie del lecho de sus propios enfermos. Al cabo de cierto tiempo, algunos doctores más viejos comenzaron a transferirle sus pacientes, llegando a contar el Dr. Hernández con una de las más extensas clientelas de la Caracas de aquellos tiempos. Los métodos modernos que empleaba a la hora de emitir sus diagnósticos, y lo acertado de éstos, le dieron a su opinión profesional una validez indiscutible.
En opinión del Dr. Santos Aníbal Dominici, "impuso su valimiento científico a las pocas semanas de su actuación médica". Convencidos de su pericia y de su eficacia profesional, muchos galenos caraqueños no vacilaron en consultarle, incluso al pie del lecho de sus propios enfermos. Al cabo de cierto tiempo, algunos doctores más viejos comenzaron a transferirle sus pacientes, llegando a contar el Dr. Hernández con una de las más extensas clientelas de la Caracas de aquellos tiempos. Los métodos modernos que empleaba a la hora de emitir sus diagnósticos, y lo acertado de éstos, le dieron a su opinión profesional una validez indiscutible.
SU MUERTE
El 29 de Junio, como todos los
días, José Gregorio se levantó a las cinco, tomó su primer baño del día, rezó
el Ángelus, y después se dirigió a la iglesia de la Divina Pastora a escuchar
la misa y a comulgar. Como era domingo, no tenía que ir a la universidad, por
lo que se fue a visitar algunos de sus enfermos en esa parroquia. Regreso luego
a su casa (en el número 3 de San Andrés ha Desbarrancado), donde su hermana
Isolina le sirvió el desayuno: pan, mantequilla, queso y agua de panela.
Después de organizar su consultorio, salió a visitar las casas de sus
pacientes, cosa que acostumbraba hacer en las mañanas que no tenía clases,
entre las ocho y las once y cuarenta y cinco. Para este recorrido José Gregorio
iba generalmente a pie.
Poco antes del mediodía llego a su casa, donde tomó su segundo baño del día como era costumbre. A las doce del día rezó el Ángelus y se sentó a almorzar. Este último almuerzo consistió en sopa, legumbres, arroz y carne acompañados de un refresco de guanábana que le enviara su cuñada, Dolores de Jesús Briceño Gonzales, la esposa de César Benigno.
Para reposar el almuerzo se sentó en la mecedora que tenía para atender a los pobres que venían a verlo durante dos horas todos los días. Estaba esta mecedora junto a una imagen de San José.
Pasada la una y media de la tarde llego alguien a avisarle de que una señora anciana se encontraba muy grave, José Gregorio tomó su sombrero y partió enseguida a visitarla. Esta anciana vivía entre Amadores y carbones.
Cuando salió de consultar a la anciana enferma, José Gregorio, considerando que esta era muy pobre decidió el mismo irle a comprar las medicinas que le había recetado y para ello se llegó hasta la farmacia que se encontraba en la esquina de Amadores.
En la esquina de Amadores y Urapal se encontraba estacionado un tranvía y en el momento en que salía José Gregorio de la farmacia con las medicinas otro tranvía subía desde Guanábanos hacia Amadores. José Gregorio fue a cruzar la calle por delante del tranvía que se encontraba detenido, sin percatarse de que un automóvil se aceraba en esa dirección, sorprendido por la aparición inesperada del transeúnte el chofer no pudo detener a tiempo el vehículo que conducía a 30 Km por hora y José Gregorio recibió el fuerte impacto que lo lanzó por el aire contra un poste telefónico; golpeándose en su caída con el filo de la acera. Este golpe de acuerdo con el informe forense es lo que ocasiona la muerte del ilustre médico y siervo de Dios pocos minutos más tarde, pues le fracturó la base del cráneo y le provocó una hemorragia interna.
La señorita Ángela Páez se encontraba en ese momento asomada al a ventana de su casa el número 29 entre Guanabano y Amadores y pudo ver el accidente. De acuerdo a su testimonio cuando José Gregorio vio que se le abalanzaba el automóvil, exclamo: "Virgen Santísima".
Por extraña coincidencia el que conducía el automóvil Fernando Bustamante Morales, iba a ser compadre de José Gregorio y este había curado en una ocasión a su madre y salvado de la peste a una de sus hermanas.
En el mismo auto que lo atropellara llevaron a José Gregorio a toda carrera hasta el Hospital Vargas. Cuando llegaba el coche con la victima ya en estado de coma salía en ese momento del hospital el Presbítero Tomás García Pompa, Capellán de esa institución quién al enterarse del caso regresó justo a tiempo para imponer los Santos Oleos al moribundo.
También en el mismo auto del accidente fueron a buscar al doctor Luis Razzetti, quien habría de firmar el acta de defunción:" además de la fractura de la base del cráneo certificada, tenía una ligera herida en la sien derecha, y un morado en la misma sien, señales del golpe contra el poste de hierro; por la nariz y la boca le brotaba sangre; más arriba de las rodillas tenía una franja morada en ambas piernas"
Las hermanas de San José de Tarbes fueron las encargadas de la piadosa labor de amortajar a José Gregorio. Una vez examinado y amortajado el cuerpo fue trasladado a la casa de sus hermanos José Benigno, Avelina y Hercilia Hernández, en el número 57 en la avenida Norte, entre Tienda Honda y Puente de la Trinidad. La elección de esta casa para exponer el cuerpo se hizo tomando en cuenta el que era más grande que la de José Gregorio y como se esperaba una gran afluencia de dolientes en esta casa sería más fácil acomodarlos.
Sin embargo la reacción popular fue muy superior a lo que se esperaba. La noticia de su muerte fue trasmitida por toda Caracas en cuestión de minutos y el número de personas que se presentó a ofrecer sus últimos respetos al doctor Hernández fue tan grande que las autoridades tuvieron que intervenir para organizar el desfile incesante de dolientes.
Durante toda la noche estuvieron desfilando pacientes y amistades por la capilla improvisada en la casa de la avenida Norte para ver por última vez al médico y al amigo que tanto bien les había hecho en éste mundo. A las siete de la mañana del día siguiente, realizó el oficio de difuntos de cuerpo presente el entonces Arzobispo de Caracas Primado de Venezuela Monseñor Felipe Rincón Gonzales. A la luctuosa ceremonia concurrieron sus familiares y un gran número de representantes de organizaciones religiosas.
A las 10 de la mañana del 30 de Junio se inició el traslado del féretro hacia el Paraninfo Universitario. Este habría de hacerse en los hombros de los estudiantes y de sus discípulos. Dos largas hileras de colegas y estudiantes precedían el cortejo fúnebre. Cada uno de estos portaba una corona floral.
Una vez depositada la fúnebre carga se estableció una guardia de honor en torno al ataúd integrada por cuatro alumnos los cuales eran reemplazados cada media hora. Las ofrendas florales que según algunos sumaban más de mil coronas, fueron colocadas en el salón central del Paraninfo y en otros salones.
Si grandioso había sido el desfile hacia el Paraninfo Universitario, indescriptible resultaría el desbordante cortejo hacia la Catedral. Toda Caracas se desbordaba en un verdadero mar humano para ver pasar por última vez al que tantas veces recorriera sus calles para llevar salud, consuelo y ayuda.
Poco antes del mediodía llego a su casa, donde tomó su segundo baño del día como era costumbre. A las doce del día rezó el Ángelus y se sentó a almorzar. Este último almuerzo consistió en sopa, legumbres, arroz y carne acompañados de un refresco de guanábana que le enviara su cuñada, Dolores de Jesús Briceño Gonzales, la esposa de César Benigno.
Para reposar el almuerzo se sentó en la mecedora que tenía para atender a los pobres que venían a verlo durante dos horas todos los días. Estaba esta mecedora junto a una imagen de San José.
Pasada la una y media de la tarde llego alguien a avisarle de que una señora anciana se encontraba muy grave, José Gregorio tomó su sombrero y partió enseguida a visitarla. Esta anciana vivía entre Amadores y carbones.
Cuando salió de consultar a la anciana enferma, José Gregorio, considerando que esta era muy pobre decidió el mismo irle a comprar las medicinas que le había recetado y para ello se llegó hasta la farmacia que se encontraba en la esquina de Amadores.
En la esquina de Amadores y Urapal se encontraba estacionado un tranvía y en el momento en que salía José Gregorio de la farmacia con las medicinas otro tranvía subía desde Guanábanos hacia Amadores. José Gregorio fue a cruzar la calle por delante del tranvía que se encontraba detenido, sin percatarse de que un automóvil se aceraba en esa dirección, sorprendido por la aparición inesperada del transeúnte el chofer no pudo detener a tiempo el vehículo que conducía a 30 Km por hora y José Gregorio recibió el fuerte impacto que lo lanzó por el aire contra un poste telefónico; golpeándose en su caída con el filo de la acera. Este golpe de acuerdo con el informe forense es lo que ocasiona la muerte del ilustre médico y siervo de Dios pocos minutos más tarde, pues le fracturó la base del cráneo y le provocó una hemorragia interna.
La señorita Ángela Páez se encontraba en ese momento asomada al a ventana de su casa el número 29 entre Guanabano y Amadores y pudo ver el accidente. De acuerdo a su testimonio cuando José Gregorio vio que se le abalanzaba el automóvil, exclamo: "Virgen Santísima".
Por extraña coincidencia el que conducía el automóvil Fernando Bustamante Morales, iba a ser compadre de José Gregorio y este había curado en una ocasión a su madre y salvado de la peste a una de sus hermanas.
En el mismo auto que lo atropellara llevaron a José Gregorio a toda carrera hasta el Hospital Vargas. Cuando llegaba el coche con la victima ya en estado de coma salía en ese momento del hospital el Presbítero Tomás García Pompa, Capellán de esa institución quién al enterarse del caso regresó justo a tiempo para imponer los Santos Oleos al moribundo.
También en el mismo auto del accidente fueron a buscar al doctor Luis Razzetti, quien habría de firmar el acta de defunción:" además de la fractura de la base del cráneo certificada, tenía una ligera herida en la sien derecha, y un morado en la misma sien, señales del golpe contra el poste de hierro; por la nariz y la boca le brotaba sangre; más arriba de las rodillas tenía una franja morada en ambas piernas"
Las hermanas de San José de Tarbes fueron las encargadas de la piadosa labor de amortajar a José Gregorio. Una vez examinado y amortajado el cuerpo fue trasladado a la casa de sus hermanos José Benigno, Avelina y Hercilia Hernández, en el número 57 en la avenida Norte, entre Tienda Honda y Puente de la Trinidad. La elección de esta casa para exponer el cuerpo se hizo tomando en cuenta el que era más grande que la de José Gregorio y como se esperaba una gran afluencia de dolientes en esta casa sería más fácil acomodarlos.
Sin embargo la reacción popular fue muy superior a lo que se esperaba. La noticia de su muerte fue trasmitida por toda Caracas en cuestión de minutos y el número de personas que se presentó a ofrecer sus últimos respetos al doctor Hernández fue tan grande que las autoridades tuvieron que intervenir para organizar el desfile incesante de dolientes.
Durante toda la noche estuvieron desfilando pacientes y amistades por la capilla improvisada en la casa de la avenida Norte para ver por última vez al médico y al amigo que tanto bien les había hecho en éste mundo. A las siete de la mañana del día siguiente, realizó el oficio de difuntos de cuerpo presente el entonces Arzobispo de Caracas Primado de Venezuela Monseñor Felipe Rincón Gonzales. A la luctuosa ceremonia concurrieron sus familiares y un gran número de representantes de organizaciones religiosas.
A las 10 de la mañana del 30 de Junio se inició el traslado del féretro hacia el Paraninfo Universitario. Este habría de hacerse en los hombros de los estudiantes y de sus discípulos. Dos largas hileras de colegas y estudiantes precedían el cortejo fúnebre. Cada uno de estos portaba una corona floral.
Una vez depositada la fúnebre carga se estableció una guardia de honor en torno al ataúd integrada por cuatro alumnos los cuales eran reemplazados cada media hora. Las ofrendas florales que según algunos sumaban más de mil coronas, fueron colocadas en el salón central del Paraninfo y en otros salones.
Si grandioso había sido el desfile hacia el Paraninfo Universitario, indescriptible resultaría el desbordante cortejo hacia la Catedral. Toda Caracas se desbordaba en un verdadero mar humano para ver pasar por última vez al que tantas veces recorriera sus calles para llevar salud, consuelo y ayuda.